Wednesday, April 11, 2007

PASADO RECIENTE

Estoy en una casa en pleno campo en mi país del norte. Acabo de escribir algo. Me pongo las "wellies" (botas de goma) y salgo a dar un paseo por un camino pedregoso desde el cual el paisaje que se ve toca el alma y produce un leve dolor parecido a la melancolía. De repente oigo a lo lejos lo que parece una moto en marcha y a medio camino entre la vejez y la fiereza. Se acerca el ruido y no tardo en ver a una muchacha motorizada que me saluda. La reconozco. Han pasado cuatro años desde que la vi la última vez. "¡Hola, Francie!". Me sonríe y, sin parar del todo, me invita a subir al asiento trasero de lo que, efectivamente, es una moto vieja y estruendosa. Sin preguntarle siquiera dónde va, me veo subida tras ella y asida a su cintura. Al tiempo que noto una gran bolsa de cuero sujeta a su costado derecho me dice que se ha hecho cartera en su tiempo libre. Vamos a entregar unas cuantas cartas. Sí: todavía por aquí hay gente que las espera y las recibe, aunque algunas sólo sean notificaciones bancarias o cosas por el estilo. En marcha, me pongo un casco que ella lleva, además del suyo, porque "a menudo encuentro a alguien que se ha cansado ya de caminar y pide subir". Otro mundo. Repartimos unas cuantas cartas. Francie me manda a llevar algunas yo misma. Me echo la saca al hombro. Sonrisas. Me duele el cuerpo con el traquetreo. Sonrisas, preguntas, invitaciones a pasar. LLegamos a una casa con el tejado pintado de azul, como los marcos de las ventanas. Nos abre un hombre mayor. Pasamos a su casa, tal como nos pide con gesto afectuoso. He oído hablar de él. Es famoso en el pueblo porque su salud es horrenda, le han operado de innumerables cosas graves y ahí sigue. Vuelve siempre a casa con alegría tras charlar un ratito con la muerte. Nos ofrece un licor casero parecido al aguardiente. Estoy a punto de decir que no, pero me veo aceptando y bebiendo. La bebida me quema la garganta. Hago esfuerzos por no toser, pero me lloran los ojos: eso no lo puedo disimular. Se ríe y bebe su vaso de un trago. Francie da algunos sorbitos. Hablamos animadamente. Me pregunta que si sé cantar. Le digo que sí y canto. Unas lágrimas asoman a sus ojos. Le pido que me vuelva a llenar el vaso y brindo por él. "Vamos", dice Francie. Tenemos más cartas que entregar. Me despido del hombre con un abrazo: "quizá la próxima vez no esté ya aquí", me dice riendo, "es posible que queden plazas libres en el otro lado". Nos reímos los dos. Francie espera con la moto en marcha. Me pongo a cantar a pleno pulmón acompañada por el rugido de la vieja máquina. Otro mundo. Otra yo.













































































































































































































































































































3 comments:

quantum said...

Esto es una prueba, porque parece que hay un problema co esta entrada. A ver.

UMA said...

Sospecho que hay mucho espacio desde el fin de tu relato hacia abajo, deberias editarlo, o nada, que ya te comento arriba:)

Ángel Fondo said...

Es el momento del helado para tres.