Friday, August 31, 2007


LOS DOS LADOS DEL CRISTAL
Vivir es también un aprendizaje de refugios. Los encontramos en el tacto y en el olor de un libro, en las palabras que contiene y en las que nos gusta oír, en el sueño, en un aria, en el café recién hecho. Vivir puede ser mirar por la ventana pretendiendo no sentir el frío afuera. Buscar el abrazo preciso donde sentirse en casa. Temer estar al descubierto. Pero qué poco sería esto sin el aprendizaje de la intemperie. Sin la salida, contra viento y marea, contra miedo y marea, al campo de batalla de los días. Sin conjugar la perenne paradoja de ser a un tiempo vulnerables y fuertes. Sin mirar la ventana desde el lado del viento.
Y así,
somos la desnudez desarropada
ante el rayo que mata o vivifica,
y el sol abre avenidas de fuego en nuestro pelo.
Armados de los sueños más feroces,
se nos pone mirada de pantera.
Se moja el corazón,
y así revive
dispuesto a dar batalla.
Mas la batalla no siempre es cruenta. O no sólo cruenta. Y aunque hagan heridas, hay batallas de amor, como la de Jacob con el ángel. Quizá todos seamos Jacob. Será por eso que el ángel, obstinado, nos persigue dentro y fuera, se adentra en el refugio con nosotros o nos espera a la intemperie. A ambos lados del cristal. Decidido a luchar.
Que sea una lucha a vida.

Thursday, August 23, 2007



HABITAR POÉTICAMENTE


Esta tarde, por primera vez en este año, he notado en mi piel esa brisa tenue pero ya fresca que anuncia la marcha del verano. Ando descalza por mi césped y veo unas cuantas manzanas caídas. De repente, por esos insondables caminos de la memoria, viene a mi cabeza el poema de Hölderlin donde él afirma:


"Lleno de méritos, sin embargo poéticamente, habita el hombre en esta tierra"
En esta tierra, la nuestra, la de todos, se labran los campos, se siembra, se construye, se esfuerza el hombre día a día, levanta edificios y hace pan. Méritos humanos que sólo adquieren realidad poética cuando uno se mide con los dioses:
"¿Puede, cuando la vida es toda fatiga, un hombre
mirar hacia arriba y decir: así
quiero ser yo también? Sí, mientras la amabilidad dura
aún junto al corazón, la Pura, no se mide
con mala fortuna el hombre
con la divinidad."
El poema me reafirma en mi creencia de que en la gran poesía la humildad y el desafío son un todo indisoluble. Medirnos con lo divino y tener amabilidad junto al corazón. Amabilidad, palabra rebajada en nuestro tiempo a huera manifestación de modales sociales, y, sin embargo, tan grande: la sutil empatía que nos hace tratar bien a íntimos y desconocidos. Recuerdo, durante un viaje a Hungría, un momento especialmente dichoso en el que gocé de "la Pura": había entrado en una iglesia de Eger y, tras recorrerla un rato, me disponía a salir. La iglesia estaba totalmente vacía, pero en la puerta, un hombre algo mayor me indicaba con gestos que me quedara. Señalaba arriba y después se tocaba el pecho manifestando que lo de arriba era algo suyo. Instantes después bajó un muchacho robusto y despeinado de mirada intensa y con la sonrisa de alguien en estado de gracia. Su hijo. Nos saludamos y entendimos más allá de las palabras. El joven volvió a subir y yo regresé al interior. Me acomodé en uno de los bancos de madera. Tras un breve silencio comenzaron a sonar en el órgano los acordes del "Ave María" de Schubert mientras una voz cantaba llenando la vacía iglesia: el joven desconocido, con quien ni siquiera tenía un idioma en común, me estaba haciendo uno de los regalos más hermosos que he recibido nunca.
En este habitar la tierra, el dolor es compañero inseparable. Y uno de los más grandes misterios. Dolor que viene, tan amenudo, cuando nuestro sentido de lo justo pide a gritos lo contrario. Pienso en Oscar Wilde, que fue a la cárcel por enamorarse, en el honrado Gregorio Samsa, convertido en insecto de la noche a la mañana , en la sordera de Beethoven, en Victor Frankenstein, que buscando crear vida perfecta e inmortal, creó a un mostruo víctima y victimario a un tiempo. Mezclo personajes literarios con los llamados "reales" porque no encuentro diferencia sustancial. Y no salgo del ámbito del arte porque el dolor es demasiado omnipresente como para que aquí sea necesario dar ejemplos. Habitar poéticamente. ¿Con el dolor? Así lo hacemos. El dolor, más que nada, nos hace enfrentarnos a los dioses, medirnos con lo divino, implorarlo, negarlo, odiarlo, retarlo. Esperarlo, quizá.
"¿Es desconocido Dios?
¿Es manifiesto como el cielo? Esto
es lo que creo más bien. La medida del hombre es esto.
Lleno de méritos, sin embargo poéticamente, habita
el hombre en esta tierra."
Pese a todo. Pese a lo sórdido y lo trivial. O incluso también por eso. Con la belleza y el dolor. Con la belleza y su dolor. Poéticamente habita el hombre en esta tierra.
Pronto llegará el otoño. Y le sucederán, año tras año, las siguientes estaciones. Ciclos tan conocidos para el hombre, pero con el secreto, siempre guardado, de lo inmemorialmente familiar. Hay un viento algo frío y anochece. Entro en casa.
Mañana...
(Traducción del alemán: Eustaquio Barjau.

Imagen: Julia Margaret Cameron)


















Tuesday, August 14, 2007


SOBRE ESTA PIEDRA
Gesto de permanencia de la piedra. Constancia de la prisa con la que avanza el tiempo en nuestra carne. Poder tallado a golpes. Al ritmo de latidos del corazón ausente de los muertos de hoy. Ciego espejo que aviva la imagen más certera: lo frágil de la piel.
Vuela un deseo de pájaro infinito. Mientras, una palabra puede quemar los labios.
(Imagen: Chichén Itzá, por Quantum)

Saturday, August 04, 2007

HISTORIA DE UN TAXI

Ha sido uno de esos días de muchas cosas por hacer. Toda una jornada dedicada a diversos asuntos, entre los que no falta un encuentro literario que ¡oh sorpresa! resulta más interesante de lo esperado. Más o menos todo hecho, y a buen paso, en esta ciudad grande en la que moverse suele ser una experiencia fatigosa, intensa, exasperante. Con satisfacción y cansancio me dispongo a volver al nido. Como no tengo alas, llamo a un taxi.
Me acomodo en el asiento y miro por la ventanilla, deseosa de silencio. Espero que el taxista no sea de los que quieren hablar. Parece que no, pero...
"¿Qué tal?"
Salgo de mi brevísimo letargo y me encuentro con una mirada risueña en el espejo.
"Bien", digo con leve sonrisa para corresponder, pero con la esperanza de no tener que abrir la boca.
Dos semáforos después:
"La veo pensativa"
Me sorprende un poco la frase y su nota personal. Contesto con cierta resignación:
"Sí, pensando en las cosas de la jornada..."
"Pues yo diría que estaba usted mucho más lejos en sus pensamientos, en la galaxia Centauro, por ejemplo"
La cósmica observación me hace abandonar por completo el lugar donde estaba, quizá la galaxia mencionada, y centrarme en la realidad inmediata: de nuevo veo la mirada risueña, pero ahora, además, percibo una nuca con pelo castaño muy corto y una mano derecha con un anillo en forma de calavera en el dedo meñique. La miro fijamente, supongo que intentando comprender qué rayos hace una calavera plateada del tamaño de una aceituna en una mano de dedos largos y finos, con uñas cuidadas, y que pertenece a alguien sagaz y con conocimientos de astronomía (ejem...siempre hay ocasiones para replantearnos los prejuicios)
"Tiene razón", contesto. "Por ahí andaba, estrella arriba, estrella abajo"
A partir de ahí, no paramos de conversar. Hablamos de literatura, del Big-bang, de su viaje a la Patagonia y de los indios Yamaná, nos reímos, intercambiamos opiniones...y llegamos a mi destino. Casi despidiéndonos me dijo que era economista y que una remodelación de plantilla le dejó sin trabajo como tal. "Pero no lo lamento. Gano más dinero como taxista".
Salgo del taxi y me doy cuenta de que acabo de tener una de las conversaciones más interesantes con una mirada en un espejo, una nuca de cabello muy corto y una mano con un anillo de calavera. Otra vez más compruebo una de las constantes de mi vida: tiende a sucederme lo improbable. Por eso, me permito desear encontrar de nuevo, en la vorágine de la ciudad, la calavera del más culto (y honrado) pirata sobre ruedas que me trajo sana y salva, y majestuosamente, de la galaxia Centauro hasta mi casa.
Llego a mi puerta. Entro con una sonrisa porque sé que al menos se cumplirán mis dos deseos inmediatos: contarlo y quitarme los zapatos.